Suiza, vista desde Ruanda, es una metáfora y una aspiración abstracta, incomprensible para el grueso de la población, pero que uno de los países más pobres del mundo se mire en el espejo de uno de los más ricos indica que tal vez Occidente no lo tenga todo perdido en África.
Democracia y derechos humanos, clases medias ilustradas y economías abiertas, pilares del modelo occidental de progreso, no encajan nada bien en este continente. La diferencia es que el presidente Paul Kagame parece creer en Occidente mucho más que sus colegas del África Oriental.
Su país no tiene apenas ninguna riqueza.
La tierra es fértil pero la densidad de población es tan grande -la más elevada de África- que se han de importar alimentos.
Vive del turismo, el té, el café y un poco de la minería.
La agricultura de subsistencia ocupa al 90% de la población.
El 40% del presupuesto lo aporta la ayuda exterior.
Esta combinación de fuerte ayuda internacional y baja capacidad económica es una fórmula para el desastre.
La ayuda fomenta la corrupción, atrofia la iniciativa privada, alienta los conflictos armados.
Quien se hace con el poder se come el pastel de la ayuda.
¿Qué diferencia ha causado la ayuda occidental en África? Kagame cree que muy poca.
Hace más de 60 años que Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón nutren presupuestos africanos pero la pobreza, la mala gobernanza y la violencia siguen siendo la seña de identidad de la mayoría de países subsaharianos.
Gran parte de esta ayuda, como asegura Kagame, se ha destinado a apoyar a regímenes clientelares sin incidir en el desarrollo.
Kagame busca algo diferente.
Parece decidido a que los ruandeses tengan un futuro propio a partir del 2020, con una economía de servicios basada en la ciencia y la tecnología de la información.
¿Ruanda como Qatar, apostándolo todo al conocimiento?. Estos planes de desarrollo, visiones a largo plazo, son comunes en todo el continente.
Tienen mucho de propaganda, los objetivos y los plazos en constante modificación.
El 45% de los ruandeses aún vive con un dólar al día y el 2020 está a la vuelta de la esquina, igual que el 2018, fecha prevista para la llegada del ferrocarril a Kigali.
Todavía no se han empezado las obras pero los ingenieros chinos aseguran que los plazos se cumplirán. Ruanda, sociedad del conocimiento, unida a Uganda, Kenia y Sudán del Sur en una asociación económica que contempla incluso una moneda común.
Hay que tener fe para creer en una transformación tan radical en tan poco tiempo y con una base económica tan reducida, pero el país crece -a una media del 8,1% entre 2001 y 2012- y en Kigali se construye un nuevo centro de convenciones, se recibe a una delegación del Parlamento israelí y no parece fácil que los hutus vuelvan a masacrar a los tutsis.
El Estado tiene ahora los medios militares y policiales para reprimir cualquier brote de violencia.
La fuerza lleva a la estabilidad y la estabilidad da confianza a los inversores internacionales.
A los israelíes, por ejemplo, experimentados empresarios en la tecnología de la información, los que más “start ups” levantan en todo el mundo.
Ruanda apuesta por un nuevo futuro.
Los primeros en llegar serán los que se beneficien de las oportunidades.
Fuente: La Vanguardia .
Ruanda quiere parecerse a Suiza


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