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África Subsahariana, el otro sur emergente

Los avances que, en la última década, ha logrado África Subsahariana en términos políticos, económicos y sociales, aunque poco visibles y todavía imperceptibles para muchos africanos, no son pequeños.
Hablamos, según el Informe de la OCDE sobre Perspectivas económicas de África 2014, de tasas de crecimiento del 5% en 2013, con una previsión del 5,8% en 2014, y  de entre el 5 y el 6% para 2015.  De unos flujos financieros que se han multiplicado por cuatro entre 2000 y 2014, con una previsión superior a los 200.000 millones de dólares.
De una inversión extranjera de en torno a los 80.000 millones de dólares en 2014.
De un crecimiento de las exportaciones mayor que el de ninguna otra región del mundo (cifrado en el 6,1% en 2012).
Del continente más joven -la mitad de los 1.100 millones de africanos son menores de 19 de años- y dinámico del planeta, cuyos niveles de consumo interno se multiplicarán por dos en la próxima década.
La resiliencia africana a la crisis económica y financiera internacional es sin duda un hecho esperanzador.
Pero no suficiente.
Quedan importantes retos pendientes para asegurar la inserción del continente en la economía global, en particular la educación y la inversión en infraestructuras, esenciales para un crecimiento sólido e inclusivo.
Y éste sólo podrá garantizarse si, como sucede en el caso de otros países –entre ellos España- los africanos se incorporan a las cadenas de valor globales.
Tampoco son menores los desafíos institucionales, políticos y sociales.
Junto a la consolidación democrática en la gran mayoría de los países, persisten conflictos armados y Estados fallidos.
Aunque la tasa de pobreza extrema ha caído (del 56,5% en 1990 al 48,5% en 2010), casi 418 millones de personas viven aún con menos de 1,25 dólares al día.
África sigue siendo, por detrás de América Latina, la región más desigual del planeta.
La educación y la sanidad mejoran, como también los ingresos fiscales, o los niveles de seguridad jurídica para los negocios.
Pero los avances son muy escasos en igualdad de género, o en el control de los flujos financieros ilícitos.
En este panorama complejo donde los desafíos eclipsan los logros, es casi invisible el papel que África subsahariana está llamada a jugar en la resolución de los principales retos globales.
Sin embargo, el cambio climático, la explotación de los recursos naturales, la paz y la seguridad, el terrorismo global, las pandemias, la pobreza o la desigualdad no pueden abordarse sin el concurso activo de África.
La crisis del Ébola -que ha golpeado con extraordinaria dureza a Liberia, Sierra Leona, y Guinea, y ha afectado también a Nigeria y Senegal causando hasta ahora más de 9.000 víctimas mortales- es uno de los ejemplos más recientes.
La redistribución del poder mundial (económico pero también el denominado soft power) no ha llegado aún a África subsahariana. Sólo un país africano, Sudáfrica, forma parte del G20 (frente a seis de Asia Pacífico, o tres de América Latina).
En términos de presencia global apenas tres países, Nigeria (en el puesto 33), Sudáfrica (en el puesto 39) y Angola (en el puesto 53) están entre los primeros del mundo en cuanto a proyección fuera de sus fronteras, siendo el bloque regional con la cuota de presencia más baja –de los países y regiones para los que calculamos el índice–.
Sólo tres países del continente, Nigeria y Sudáfrica, además de Chad, son miembros (no permanentes) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que paradójicamente dedica el 70% de su agenda a temas que afectan a países africanos.
Autora: María Solana, blog Instituto el Cano   .

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